La tragedia de Fass Boye: 92 jóvenes se ahogaron soñando con llegar a Europa

En julio de 2023 un barco partió de la costa de Senegal. Llevaba 130 jóvenes que querían migrar a las Islas Canarias a más de 1500 km de distancia. Pero perdieron el rumbo. Un mes después, solo 38 habían sobrevivido.

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Existe un pueblo en Senegal que parece haber sido olvidado por el siglo XXI. Se tienen que atravesar varias ciudades para llegar y a medida que se recorren los 200 kilómetros desde la capital -Dakar-, se van perdiendo los vestigios de los avances tecnológicos. Primero, quedan atrás los edificios, después las autopistas y, finalmente, comienzan las rutas de tierra y las casas pasan a ser chozas. En Fass Boye no hay hoteles, no hay veredas. Los pocos autos que circulan son Peugeot 405, el modelo que dominaba el mercado popular occidental en los 90. Quizás acá es donde terminan esos autos que dejamos de ver en otros países. Estacionan junto a las carretas tiradas por caballos, las cabras que revuelven la basura, las gallinas y los niños que juegan a la pelota.
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En este paraje abandonado por la globalización, las redes sociales no son las que marcan la agenda. Nadie debate qué polémica empezó Elon Musk, si Trump va a ser presidente o si la inteligencia artificial nos va a dominar más de lo que hoy lo hace. En esta realidad, las tradiciones siguen marcando el compás de la sociedad y los mayores son los que imparten sabiduría. La vida tiene un objetivo y un orden: trabajar, casarse, tener hijos. Repiten esto con una, dos o tres esposas. Ellos salen a trabajar y ellas crían y cuidan a la descendencia. Las familias heredan de padres a hijos el oficio y esa labor es el sustento familiar. En este pueblo, hay un modelo de vida que trata de resistir con sus últimos alientos a un mundo que avanzó y cambió las reglas. Que no espera a aquellos que no se adaptan a lo nuevo. Un mundo, ellos sienten, que los excluyó.
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Fass Boye es un pueblo pesquero de familias que por generaciones se dedicaron a la pesca artesanal. Todas las mañanas, los hombres salían en barcazas de madera pintadas de rojo, amarillo y verde a pescar hasta llenar a tope de ejemplares el cayuco (así se denomina el tipo de barco que lleva los colores de la bandera de Senegal). Por la tarde lograban el objetivo y volvían a la costa a la espera de las mujeres de la familia que los recibían para limpiar y vender el pescado. La tradición dictaba que el 80% de lo pescado se comerciaba a los camiones que buscan mercadería para las otras ciudades. Del restante, un 10% se lo quedaba la familia de los pescadores y el otro 10% para el pueblo, así los habitantes que se encargan del almacén, la limpieza y otras tareas de gestión tenían su ración. Este sistema comunitario funcionó por décadas. Pero ya no es posible.
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“No hay más peces”, cuenta Abdou Karim Sarr, un hombre de más de 60 años que, sentado en la playa que fue su oficina por décadas, observa con melancolía las olas que rompen en la costa. “Lo que antes podíamos pescar en un día, hoy tenemos que estar entre 5 y 6 días en el mar para obtener la mitad”. En 1976 comenzó a ser responsable de una barcaza. El motivo de nuestro encuentro, 48 años después, es por las consecuencias del cambio de era. Hoy, Sarr además de ser el responsable del Consejo local de pesca artesanal, es padre de un hijo que murió por querer migrar.
Como no hay peces, los jóvenes del pueblo que siguen la tradición y aprenden el oficio de pescador, no tienen trabajo. No hay, hoy, suficientes pescados para poder comerciar ni para poder comer. Y aquel mar que era sinónimo de alimento, hoy produce hambre.
Abdou Karim Sarr es responsable del consejo local de pesca artesanal y padre de un migrante fallecido.
Abdou Karim Sarr es responsable del consejo local de pesca artesanal y padre de un migrante fallecido.
Los jóvenes usan los barcos de pesca y las enseñanzas de navegación para buscar un nuevo destino. Quieren migrar a Europa, específicamente a las Islas Canarias, ese enclave de España muy cerca de África, a solo pocos kilómetros de la costa del Sahara Occidental. Ya que no pueden vivir de la pesca en Fass Boye, ven una opción posible en viajar al primer mundo, trabajar y ganar lo suficiente como para poder enviar dinero a sus familias y así brindar el sustento económico que se espera de ellos. Porque la tradición también dicta que los hijos varones son los responsables de mantener a la familia, de ayudar a sus padres, a sus hermanos y a sus hijos.
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El camino no es sencillo. La distancia de Fass Boye a Canarias es de alrededor de 1500 km (varía dependiendo de a qué isla se quiere ir) y esto implica de 6 a 10 días de navegación en mar abierto. Por eso, son pescadores aquellos que se animan a transitar esta ruta migratoria. Aunque la mayoría lleva celulares con GPS o sistemas de navegación marítima básicos, el clima es el condicionante que aporta el peligro a los viajes. Muchas veces un cayuco sale y debe volver por una tormenta o vientos huracanados. De no poder retornar, las mareas pueden hacerlos perder el rumbo. ¿Hacia dónde? Todos los años aparecen en el Caribe y en el norte de Brasil, barcos de madera flotando a la deriva. Son cayucos que se perdieron meses antes y en los que solo yacen cadáveres.
Aquel mar, que permitía la vida, hoy se transformó en cementerio.
En un cayuco pueden ir de 60 a 180 personas. Son canoas de madera sin techo, que históricamente se fabricaban al vaciar un tronco y dejar solo la corteza. Hoy se construyen con distintas maderas, pueden medir alrededor de 30 metros de largo y las personas que viajan se acomodan sentados, uno pegado al otro, tratando de encastrar los cuerpos para aprovechar al máximo el espacio. Cada centímetro disponible significa más dinero para los que lo organizan y una posible salvación para los que desean migrar. Se paga por arriesgar la vida y existe una especie de “ley de silencio” en donde no se dice quién, ni cuándo, ni cómo se arreglan los viajes. Los que han sobrevivido, hablan de grupos de WhatsApp efímeros, de lugares de partida secretos, que solo se conocen al momento de huir, y que “un amigo de un amigo me unió”, sin detalles ni identificaciones. Los describen como jóvenes que quieren lo mismo que ellos. No hablan de mafias o grandes corporaciones, a pesar de que esto sucede en la zona sistemáticamente hace más de 15 años.
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Los primeros en adentrarse a esta ruta se lanzaron al mar a principios de los años 2000. A través de cartas y llamadas telefónicas, llegaban a Fass Boye los cuentos de aquellos que arribaban a salvo. Con euforia y satisfacción, todo sonaba maravilloso a la distancia y con los años volvían al pueblo en avión, vestidos de traje y con euros en los bolsillos. “Ahmed construyó la casa de su familia”, “Mohammed manda ropa y regalos para sus hijos”, “Karim me trajo este teléfono en su último viaje”. Los cuentos de éxito se replican como chismes. Hoy la modernidad llega en forma de hombre de traje. Esto es lo que se escucha y se pregona entre las generaciones. Los jóvenes crecen ilusionados con las posibilidades que da migrar.
“Si en este mismo momento veo un cayuco que se va, me saco la ropa y me voy. Porque en este momento, es lo único que vemos. Tenemos un único sueño, que es irse, porque nuestro país no funciona. Porque nos abandonaron. Me pregunto si somos del país o no”, se cuestiona Arouna Dieye. Tiene 22 años y ha probado distintos oficios para mantenerse. Intentó trabajar en el campo, en la minería, en las obras en construcción. Él siente que nunca es suficiente, que los trabajos son escasos y la paga nunca alcanza. En la playa, donde lo declara, todos conocen a algún joven que migró. Todos -también- conocen a algún joven que murió en el intento. Dieye no le teme a la muerte, dice que los beneficios de intentarlo valen la pena el riesgo.
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Este pensamiento es compartido, y parece estar justificado por las familias que entienden por qué sus niños arriesgan la vida. Para ellos cobra sentido el riesgo por los beneficios. Aún llorando la muerte de 92 jóvenes, que dejaron hijos de 3, 5 y 6 años, esposas, hermanos, padres y amigos de luto, aún en la tristeza absoluta entienden por qué migran. “Si bien no es lo que más nos gustaría, ellos no tienen otra salida. Quieren mejorar su calidad de vida y la de sus familias y no saben ni tienen con qué hacerlo aquí. Es el motivo por el cual se van para España en cayucos”, explica Sarr.
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La tragedia

En agosto de 2023, todo el pueblo se unió para llorar una tragedia: la muerte de casi una centena en un pueblo de 20.000 habitantes. Un mes antes, el 10 de julio específicamente, un cayuco con 130 jóvenes zarpó de sus playas para migrar hacia la isla española de Tenerife. Todos en Fass Boye conocían a alguien que viajaba en ese barco.
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“Me levanté una mañana y fui a despertar a mi hijo. Cuando llegué a la habitación él no estaba. Recién a los tres días su hermano me contó que se había metido en los cayucos”, recuerda Modou Diop Seck. En general, este tipo de embarcaciones tardan al menos 6 días en llegar a España. Los padres lo saben y conocen los peligros del mar. “Cuando pasamos una semana sin saber de ellos nos dimos cuenta que estaban en problemas. Nadie podía dormir, estábamos todos preocupados”.
“Imagínate estar con tu hijo, que te ayuda, un día te levantas y te dicen que se fue de viaje. Te quedas con la esperanza de que llegue bien y pueda lograr su objetivo para que pueda ayudarte más. De repente te enteras que desapareció en su camino y esperas 20 días con la mente desorientada”, suma Abdou Karim Sarr.
Mientras los padres pedían a la autoridades que busquen a sus hijos, los jóvenes estaban a la deriva en el mar. Los relatos de los sobrevivientes cuentan que se perdieron en el camino y navegaron 11 días hasta que se terminó la gasolina. Aguantaron en el cayuco, sin comida, sin agua y con el calor extremo. Por la desesperación, algunos tomaron agua de mar y empezaron a morir. Unos de hambre, otros de calor. “Cuando llevaban casi un mes en el agua, más de 30 chavales (jóvenes) decidieron agarrar una madera para saltar al mar en busca de ayuda. Más de 30. Al día siguiente, un barco encontró el cayuco”, describe Thimbo Samb. Las alucinaciones por el calor, la sed y el hambre provocaron la desesperación de muchos que decidieron saltar al agua e intentar nadar a tierra sin saber siquiera a qué distancia estaban. Se ahogaron intentando. La embarcación que los rescató se encontró con 38 sobrevivientes, no había rastros de los que saltaron al mar. Murieron 92 personas en esta tragedia.
“Puedo decir que tengo nueve chicos que se ahogaron en el accidente del cayuco. Mi hijo, mis sobrinos y nietos”, cuenta Amath Diop Mbaye.
El rescate fue una noticia mundial y medios de comunicación de distintos continentes acudieron a Fass Boye para relatar lo sucedido. Cuando el barco los encontró, el cayuco estaba cerca de la isla de Sal en Cabo Verde, el archipiélago que está a 600 km de distancia de la costa senegalesa si se traza una línea recta hacia el este. Ellos debían ir para el norte, pero las mareas los desviaron. Al principio se estimó que eran 63 fallecidos, porque se creía que 101 personas habían viajado. A los pocos días, la ONG española Caminando Fronteras confirmó que los ocupantes de la embarcación eran 130. La ilegalidad hace también que haya falta de registros y que solo se pueda confirmar cuántos o quiénes eran por el relato de los sobrevivientes.
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Por la presión mediática, el Gobierno de Senegal puso a disposición un avión para la repatriación de los sobrevivientes desde Cabo Verde hasta Dakar. Antes, inhumaron los cuerpos de los fallecidos pero no se pudo encontrar a los que desaparecieron en el mar.
“Cuando nos enteramos de quiénes habían sido rescatados y quienes habían fallecidos en Cabo Verde, nos enteramos que nuestro hijo era parte de los fallecidos junto a otros familiares. El pueblo salió a lamentarse, a llorar con nosotros. Sin embargo Dios ya había hecho lo que quiso, por lo cual solamente quedaba aguantar el dolor. Todo el pueblo y todos los familiares, que vinieron de todos lados, nos juntamos en la plaza pública para hacer un duelo común”, contó Mama Boye, que describe a su hijo menor como su bendición. “Ojalá donde esté, sea más feliz que donde estaba. Ojalá desde el paraíso pueda sentir sus deseos cumplidos”.
La familia Boye perdió a su hijo menor en el accidente del cayuco de agosto 2023.
La familia Boye perdió a su hijo menor en el accidente del cayuco de agosto 2023.
“Los chicos se van por la vida difícil que tienen. Lo único que saben es pescar y ahora el mar ya no tiene pescado.  Si el mar continuaba teniendo la cantidad de pescado de antes, los chicos podrían seguir trabajando”, lamenta Amath Diop Mbaye. En los últimos años, los barcos internacionales, las grandes embarcaciones firmaron contratos y pescaron todos los peces. Hoy podés pasar hasta dos días pescando sin encontrar nada. Eso les quitó el ánimo a los jóvenes pescadores quienes empezaron a emprender la migración clandestina. El pescador no conocía la migración clandestina, se concentraba solamente en su trabajo de pescador”. Papa Boye, que perdió a su hijo menor, se refiere a los acuerdos de pesca que estableció el gobierno senegalés desde principios de los 2000. Existen acuerdos públicos, como el que mantiene vigente desde 2014, con la Unión Europea, y acuerdos privados, como los que mantiene con China o Corea del Sur, de los cuales no se conocen los detalles. La sobrepesca industrial es, en este caso, un condicionante directo en la migración clandestina hacia Europa.
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Sin pesca, ni agricultura, ni agua potable por la minería

La falta de una ley de transparencia, hace que los ciudadanos senegaleses no puedan acceder a aquellos contratos privados que firma el gobierno con compañías extranjeras para la explotación de los recursos naturales. La pesca en mar nacional es un ejemplo, pero Fass Boye también se encuentra en la zona de La Grande Côte, un desierto en la costa norte-este de Senegal en el que la arena tiene minerales codiciados. Según denuncian activistas ambientales, el gobierno de Senegal habría cedido 100 kilómetros (de 180 totales) a la empresa minera Tizir para la explotación de circonio durante un periodo de 25 años. El circonio es hoy indispensable en la energía nucleoeléctrica, la industria química y la medicina. A cambio de un porcentaje económico, la empresa explota los recursos y las comunidades linderas ya han denunciado contaminación y escasez del agua.
“Hay muchas multinacionales instaladas aquí. Las tierras fueron saqueadas y las comunidades no han sido compensadas adecuadamente por sus tierras y su valor. De hecho, ya no tienen actividad agrícola”, describe el periodista Ayoba Faye.
Así que a la problemática de la sobrepesca, se le suma la explotación minera y una crisis política y económica que está transitando Senegal desde 2022. “La situación económica de Senegal es muy difícil desde hace algunos años. Para el 100%, la vida es extremadamente cara y la actividad industrial está en recesión. Los jóvenes no tienen trabajo, la tierra ya no es rentable, el mar ya no es rentable. Así que prácticamente solo queda la opción de tomar el mar para ir a España”, dice Faye. La inestabilidad derivó en protestas sociales, en donde la represión policial provocó muertes y el llamado a elecciones para renovar el gabinete. Hubo candidatos opositores detenidos por causas menores y, finalmente, en marzo de 2024 un nuevo mandatario fue elegido por el pueblo.
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Este contexto provocó una huída masiva de jóvenes hacia Canarias y un récord en muertes y llegadas en 2023. La falta de empleo ha provocado una subida de casos en las estadísticas. Solo en 2023, 40.000 personas llegaron a las islas Canarias y 6007 fallecieron en el intento. No se sabe cuántos más desaparecieron en el Atlántico.
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La llegada a Europa: ilegalidad y discriminación

Si bien los relatos de los que migraron dan esperanza a aquellos que desean emprender el viaje, muchos no cuentan las complicaciones con las que se encontraron al tocar tierra firme. Malamine Soly hoy es chef y activista por los derechos de los migrantes. Nació en Senegal pero vive en Barcelona hace más de 10 años. Todavía tiene un recuerdo fresco de su migración. “Tenía 17 años cuando me entró este virus de ir a Europa. Yo lo llamaría virus porque se te queda en las venas y cualquier cosa que se te pone delante como un peligro no lo ves. Lo único que ves es Europa. Al tercer día nos habíamos quedado sin gasolina y sin comida. Entonces, te quedan segundos de vida, ¿no? Hasta que pasó un helicóptero y apareció el Salvamento Marítimo. Y eso nos salvó. En ese momento, cuando los inmigrantes llegaban, los esposaban. Cuando llegamos a Gran Canaria, justo al bajar, vino la policía y nos esposaron uno por uno y nos metieron en la cárcel”.
Thimbo Samb llegó a las Islas Canarias hace 16 años y no fue sencillo poder establecerse y dedicarse finalmente a la actuación, su pasión. “Estuve durmiendo en la calle durante tres meses. Aquí no es como pensamos cuando estamos en África y es necesario decirlo. Cuando llegas a España tienes que estar mínimo tres años para obtener los papeles, sin poder alquilar un apartamento a tu nombre, sin poder tener un contrato. Y tienes que estar durante tres años siendo delincuente y negro, porque no es que lo eres, si no la gente de aquí te hacen sentir que eres un delincuente. Porque no te dan nada para comer y luego te acusan que tú les quitas las ayudas -sociales- y luego ni siquiera te dejan vender por la calle, porque te persiguen por todo. Yo no sabía que era negro hasta que llegué a España”.
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“La solución no va a venir de Europa porque Europa vive de África. Entonces, nunca va a permitir que África se desarrolle”. Soda Niasse, es una mujer senegalesa, migrante y activista panafricanista. Tiene muy claro cuál es la utilización que hacen los países dominantes de los recursos de África y cómo generan acuerdos con los gobiernos locales por poco dinero. “Cuando África se desarrolle, Europa se hunde. África tiene más de 70% de la tierra arable para cultivar. Tiene agua, minerales, oro, diamantes, circonio y litio. Somos un continente con más de 30.000 kilómetros cuadrados, con toda esa riqueza, con una población joven, la mayoría tiene menos de 19 años, con la fuerza para trabajar”.
“Los gobiernos del Occidente, la gran mayoría lo que hacen es generar guerras y miseria para poder llevarse los recursos que tenemos allí. Si dejan de robarnos, nosotros dejaremos de venir aquí. Si siguen robándonos, nosotros seguiremos viniendo aquí”, aporta Thimbo Samb.
 
Por Camila Valero.

¿Por qué un senegalés arriesga su vida para cruzar en patera a España, si un viaje en avión es más económico y seguro? Simplemente porque no puede. Leé sobre la guerra de los pasaportes, acá.

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