En el mundo hay 200 millones de mujeres vivas que sufrieron algún tipo de Mutilación Genital Femenina. La práctica se sigue realizando y se estima que entre 3 y 4 millones de niñas están en riesgo de ser mutiladas cada año. Sucede mayormente en países de África pero no únicamente: en Europa son más de 600 mil las mujeres que pasaron por esto.
Los ritos de paso existen desde siempre. Son ceremonias en las que se pasa de un estadío de la vida a otro. Los hay en todas las sociedades y lugares del mundo. Pero hay uno de ellos que es extremadamente brutal y peligroso: la Mutilación Genital Femenina.
En el mundo hay 200 millones de mujeres vivas que sufrieron algún tipo de Mutilación Genital. La práctica se sigue realizando y se estima que entre 3 y 4 millones de niñas están en riesgo de ser mutiladas cada año. Sucede principalmente en países de África pero no exclusivamente: en Europa son más de 600 mil las mujeres que pasaron por esto (de las cuales 70 mil están en España). No termina ahí, en Estados Unidos hay otras 500 mil sobrevivientes.
Aún hoy se practican distintos tipos de mutilación en 92 países. Puede pasar en algún momento entre el nacimiento y los 15 años.
Dentro de los países de África donde se realiza, existen diferencias según la zona y la tribu. La prevalencia más alta se da en los países del cinturón central de África. Somalía tiene el índice mayor: el 98% de las mujeres fueron mutiladas.
En Kenia, país fronterizo, hay 42 grupos étnicos, y hoy sigue sucediendo clandestinamente entre los Massai, los Kissi, los Samburu y los somalí. El 21% de las mujeres de Kenia de entre 15 y 49 años fueron mutiladas. Esto es una mujer o niña cada cinco. Allí, la práctica está prohibida desde el 2011, pero sigue sucediendo.
Como parte de la investigación de Antártica Press, viajamos hasta Kenia a realizar entrevistas en terreno. Luego continuamos el trabajo de campo en Sierra Leona, Etiopía, España, Suiza, y en la frontera con Somalia. El resultado es una serie de documentales cuyo primer episodio completo se puede ver aquí abajo.
¿Qué es la Mutilación Genital Femenina?
La Organización de las Naciones Unidas define a la Mutilación Genital Femenina como “una práctica tradicional nociva que consiste en la extirpación parcial o total de los genitales externos femeninos o en otras lesiones de los órganos genitales femeninos por motivos no médicos”.
Es una intervención sangrienta que se realiza fuera de quirófano y no aporta ningún beneficio para la salud. Lo sufren niñas entre el nacimiento y los 15 años. La idea que subyace detrás del corte está relacionada, de un modo u otro, a la supuesta pureza de la mujer.
Según la Organización Mundial de la Salud, existen cuatro tipos de mutilación:
- Tipo 1 - Clitoridectomía: es el corte parcial o total del clítoris (órgano pequeño, sensible y eréctil de los genitales femeninos). En casos muy infrecuentes, se corta solo del prepucio (pliegue de piel que rodea el clítoris).
- Tipo 2 - Excisión: Corte parcial o total del clítoris y los labios menores, con o sin corte de los labios mayores.
- Tipo 3 - Infibulación: Estrechamiento de la abertura vaginal para crear un sello mediante el corte y la recolocación de los labios menores o mayores, con o sin corte del clítoris. Se sutura el canal vaginal para sellarlo, dejando una abertura mínima en la zona inferior.
- Otros tipos: Todos los demás procedimientos lesivos de los genitales externos con fines no médicos, tales como la perforación, incisión, raspado o cauterización de la zona genital.
No es una práctica religiosa
No es una tradición estrictamente vinculada a la religión. Si bien se realiza mayormente en países musulmanes, el Islam no la promueve, aunque sí la acepta. La antropóloga argentina Adriana Kaplan Marcusán explica que según el Corán, el profeta Mahoma se encontró en cierta ocasión con un grupo de personas que iban a mutilar a una niña y él dijo que si era estrictamente necesario, podían hacerlo, pero debía ser el corte más pequeño posible. En eso se basan muchas personas musulmanas para sostener la práctica.
Sin embargo, la verdadera razón no tiene que ver con lo que dice la religión (de hecho, también se realiza en comunidades cristianas y judías). La mutilación genital femenina tiene que ver con la intención de restringir el placer del sexo, de modo tal que se eviten las relaciones sexuales prematrimoniales y al momento de arreglar un matrimonio, la niña tenga “más valor”.
Aún hoy se practica en 92 países. En muchos de ellos, sucede de manera clandestina. Aunque sea difícil de entender, muchas de esas mujeres aun viviendo en nuevos países deciden someter a sus hijas a lo mismo. Lo hacen en secreto o envían a las niñas a su país de origen durante las vacaciones, durante las cuales se les realizará el corte.
Hay ley: la Mutilación Genital Femenina está prohibida en 51 países. En muchos de ellos sin embargo sigue sucediendo en la clandestinidad, o las familias cruzan la frontera a un país donde no está prohibido o no se persigue, realizan allí el ritual y vuelven a sus pueblos. Sin una prohibición global, la ley parece tan solo una sugerencia.
Sobrevivientes, no víctimas
Asha Ismail nació en Garissa, Kenia, en una zona fronteriza con Somalia. Cuando tenía apenas cinco años -acaso, cinco años, porque no lo sabe con exactitud- su madre la llevo a otro pueblo. Le dijo que la iban a purificar. Asha estaba feliz: ser purificada sonaba prometedor, un viaje en ruta hacia otro pueblo con su madre sonaba prometedor. Pero la promesa duro poco.
Hoy vive en Madrid, España, y es una activista en contra de la mutilación genital. Pero entre ese viaje en ruta y la creación de su ONG -Save a Girl, Save a Generation- pasó una vida inabarcable. “No es la vida de una víctima”, dice, “es la vida de una sobreviviente”. Para ella, ese es el término que debe utilizarse para hablar de las mujeres que pasaron por el corte.
A fines de la década del ochenta Asha fue obligada a casarse con un hombre. En la noche de bodas su marido la violó. Fue la primera vez que Asha tuvo sexo, de una forma dolorosa y cruel. Y unas semanas después se dio cuenta de que además había quedado embarazada. En 1989 nació su hija, Hayat, y Asha sintió que la tradición no podía continuar.
“Yo me acuerdo que al nacer mi niña, después de todo lo que yo había pasado, a mí me afectó muchísimo”, nos cuenta. “Me dio mucha rabia que fuera una niña y no un niño, porque para un niño la vida será mucho más fácil… Y me enfadé y lloré mucho, de rabia, de impotencia. Sentía que no podía hacer nada por esa criatura. Y fue entonces cuando decidí: es mi hija, yo decido. Ya sé que los hijos no nos pertenecen, pero en ese momento era mía, dependía de mí. Y entonces decidí que no iba a pasar por todo lo que había pasado yo”, dice.
En ese momento Asha vivía en Mogadishu, la capital de Somalía, y no sabía siquiera lo que era una activista. “Yo no estaba intentando salvar al mundo ni a todas las niñas, simplemente quería proteger a mi hija pero no sabía cómo porque nadie en mi familia se había rebelado contra ese tema”, recuerda. Hoy Hayat tiene 34 años y junto a su madre llevan adelante su ONG, que tiene sede en Madrid y Nairobi.
Asha vive hace más de veinte años en Europa y habla perfecto español. Como parte de su trabajo asiste y traduce a mujeres que llegan desde Kenia o Somalía y no tienen recursos para comunicarse con el médico. La mayor parte de esas mujeres llegan con el corte y prefieren no hablar del tema. Asha es una referente para muchas refugiadas que llegan a España sin recursos. Y uno de sus recursos más potentes es su manera de contar. Allí donde se abre una oportunidad, ella va y sirve su pasado sobre la mesa, lo cuenta todo para que nadie crea que es una fabulación o un daño menor. Es muy difícil salir indemne de una charla con Asha una vez que se escuchó la profundidad de su voz y de su historia.
Las palabras a veces llegan antes que la conciencia. El mundo en general se refiere a la mutilación como FGM: Female Genital Mutilation, las siglas en inglés. Pero el acrónimo licúa para del horror: decir tres letras sueltas no es lo mismo que decir mutilación, le ahorra el peso, se lo esconde. Desde Antártica proponemos descomponer la sigla y empezar a decirlo sin atajos.
¿Por qué se practica la Mutilación Genital Femenina?
Es un rito de paso que busca proteger la “pureza” de la mujer. Por supuesto, el término pureza es una construcción cultural, cargado de muchas otras creencias. En el caso de la mutilación, se lo realizan las madres a sus hijas pensando que les hacen un bien. Y hay múltiples causas, todas de índole cultural, para justificarlo.
Ante todo, lo consideran una forma de preservar la virginidad de la niña, requisito indispensable a la hora de arreglar un futuro matrimonio: la mutilación evita que las mujeres vivan libremente su sexualidad básicamente porque restringe la zona genital. Es decir, la experiencia del sexo se convierte en algo doloroso, traumático y hasta peligroso en algunos casos, de esa forma se refuerza la idea de que la intimidad debe ser reservada para el matrimonio. La idea, aunque brutal, es sencilla: si no funciona el basamento cultural (la educación familiar, la tradición, etcétera), hay una segunda barrera para la libertad que es la intervención en el cuerpo, la mutilación.
Hay muchos mitos de origen que sostienen la tradición, pero el “beneficio” pareciera ser el mismo en todas las comunidades que lo realizan. “La iniciación transmite un sentimiento de orgullo y de pertenencia al grupo, y se convierte en la prueba física que garantiza la feminidad de la niña y la obtención del conocimiento necesario para poder pertenecer a la comunidad y al mundo secreto de las mujeres”, explica la antropóloga Adriana Kaplan Marcusán.
Mitos de origen
Cuando se indagan los motivos para continuar con la práctica, aparecen diversas razones, algunos de los mitos de origen que más aparecen en las investigaciones de campo son los siguientes:
- “Lo dice la tradición”: con el fin de garantizar que las niñas se preparen para la vida adulta y para el matrimonio, sin ser excluidas de la comunidad, las familias continúan ejerciendo esta práctica como una tradición que, a veces, se vive como un rito de iniciación organizado por madres y abuelas.
- “Incrementa la fertilidad y potencia la fecundidad”: Algunas comunidades creen que, si el bebé toca con la cabeza el clítoris de la madre en el momento de nacer, puede provocar su muerte (mortalidad en primigrávidas) o le puede producir deformidades físicas o mentales.
- “Es más bello”: se considera que los genitales externos femeninos son partes “antiestéticas”, y en algunas comunidades, se cree que el clítoris podría alcanzar las dimensiones del pene si no es mutilado.
- “Lo dice la religión”: La mutilación se practica en comunidades musulmanas, cristianas coptas y judías falasha (en Egipto y Etiopía, por ejemplo).
- “Es más limpio”: algunas comunidades practicantes perciben los genitales externos de las mujeres como partes del cuerpo que son “sucias” antes de cortarlas.
- “Preserva la virginidad, el honor de la familia y previene la promiscuidad”: en algunas sociedades, la virginidad femenina es un requisito previo e indispensable para contraer matrimonio del cual depende el honor de la familia.
Aunque para algunas personas estas razones puedan sonar absurdas, son ideas fuertemente arraigadas en distintas comunidades y combatirlas lleva años de educación. Por eso, la forma de combatirla requiere de una combinación estrecha entre medidas a largo plazo -educación- y legislación inmediata: prohibición de la mutilación.
En los países donde se sancionaron e implementaron leyes estrictas contra el corte, la tasa de mutilaciones bajó considerablemente. Tal vez no sea suficiente pero es un requisito indispensable para empezar a imaginar un mundo donde no exista.
La Mutilación Genital está prohibida en 51 países. No obstante, incluso allí donde existe una ley en contra, se sigue practicando en la clandestinidad.
En algunas comunidades las mujeres que defienden la iniciación a través del corte evitan las repercusiones legales a través de la “Mutilación Transfronteriza”: se traslada a las niñas que viven en un país donde está prohibido el rito, hacia otro país donde no es ilegal. Allí se las somete a la ablación y luego las regresan al lugar donde viven. Por supuesto, la niña que se va y la que vuelve nunca son la misma después de la experiencia.
Otro recurso para combatir la práctica es la coordinación con los medios de comunicación locales. El uso de las radios, diarios y canales de televisión para promover debates y posicionar a la opinión pública en contra la mutilación también funciona. Es, básicamente, hacer entrar la discusión a las casas. En aquellos países en donde existe una ley en contra, los medios contribuyeron a cambiar la percepción pública de las niñas que no se someten a este procedimiento: por lo pronto, dejaron de verse como impuras. ¿Cómo lo lograron? En muchos casos las emisoras de radio transmitieron debates y programas en los que admitían llamadas de los oyentes para que hablaran abiertamente del daño que les causó la mutilación.
¿En qué países la mutilación está prohibida por ley?
África: Benin (2003); Burkina Faso (1996); Chad (2003); Costa de Marfil (1998); Djibouti (1994, 2009); Egipto (2008); Eritrea (2007); Etiopía (2004); Ghana (1994, 2007); Guinea (1965, 2000); Guinea-Bissau (2011); Kenya (2001, 2011); Mauritania (2005); Níger (2003); Nigeria (1999-2002, varios estados; prohibición federal en 2015); República Centroafricana (1996, 2006); Senegal (1999); Sudáfrica (2000); Sudán (2020); Tanzanía (1998); Togo (1998); Uganda (2010); y Zambia (2005, 2011).
Otros: Austria (2002); Bélgica (2000); Canadá (1997); Chipre (2003); Dinamarca (2003); España (2003); Estados Unidos (ley federal, 1996; 17 de los 50 estados entre 1994 y 2006); Francia (Código Penal, 1979); Italia (2005); Luxemburgo (solo en lo referente a las mutilaciones, sin especificar la mutilación «genital», 2008); Noruega (1995); Nueva Zelanda (1995); Portugal (2007); Reino Unido (1985); Suecia (1982, 1998) y Suiza (2005, una nueva normativa penal más estricta en 2012).
Muchos estados individuales de la Commonwealth de Australia (1994-2006) y las autoridades indígenas de Colombia (2009) han legislado para prohibir la mutilación genital femenina.
Las penas varían de un mínimo de seis meses de cárcel a un máximo de cadena perpetua. Varios países también incluyen multas económicas en la pena. Sin embargo, en los países en donde está más arraigada la tradición no existe un seguimiento a las denuncias o una aplicación certera de las leyes.
El lugar de los hombres
Es cierto que en muchas comunidades donde sucede esto la idea de que la mujer debe ser virgen, pura y perfecta la sostienen las mujeres, y sobre todo las más grandes, consideradas más sabias. Y es cierto también que son las madres las que organizan el ritual, elijan el día, el lugar, la mutiladora que lo hará. Pero todo se sostiene bajo la base del patriarcado: es la idea de satisfacer al hombre la que inicia la tradición.
La economía también está atravesada: a la hora de arreglar un matrimonio una niña virgen vale más que una que no lo es. Por esto, la familia del hombre pagará más dinero -dará una dote mayor- si la futura esposa está mutilada. Entonces, si bien es una práctica sostenida por mujeres, el primer ladrillo de la pared es el deseo de los hombres.
Sin embargo, esto también se presta a confusiones: muchos varones prefieren que las mujeres no sean mutiladas. Muchos no están a favor de que sus propias hijas pasen por la cuchilla. Muchos prefieren directamente ni preguntar. Muchos incluso discriminan a las mujeres mutiladas basándose, otra vez, en la propia forma de sus deseos: en términos generales, una mujer mutilada disfruta mucho menos del sexo porque es doloroso y traumático, y eso inclina a algunos jóvenes para declararse en contra. Así, la discriminación acumula una nueva vuelta de tuerca y duplica el drama de ser mujer en esas comunidades.
Para esta cobertura viajamos a Kenia, España, Suiza, Austria, Sierra Leona, Alemania, Etiopía y Somalia. Conocimos historias de sobrevivientes, hablamos con médicas especialistas, acompañamos a activistas e incluso entrevistamos a personas que están a favor de la práctica. Compartí este especial y ayudanos a que más gente conozca el tema.
Matrimonio infantil y mutilación genital: la peor combinación
¿Cómo sigue la vida de una niña después de pasar por la mutilación? En las comunidades en donde se practica la mutilación genital femenina, es habitual que los matrimonios sean arreglados por las familias. El destino de esas niñas que fueron cortadas está signado por un casamiento forzado que puede suceder incluso antes de cumplir la mayoría de edad. La mutilación es entendida como parte del proceso de preparación para que esa niña se convierta en una mujer “digna” para ese futuro marido, para que no tenga relaciones prematrimoniales y para asegurarse que no pierda su “pureza”. Porque, en última instancia, bajo esta cosmovisión la consagración de esa persona llega cuando es esposa y madre.
La tasa de matrimonios infantiles en el mundo es más alta que la de mutilación genital femenina. Según UNICEF, se calcula que 650 millones de mujeres vivas hoy se casaron cuando eran niñas, mientras que 200 millones de mujeres fueron cortadas. Entonces hay lugares en donde ocurre el matrimonio infantil sin la necesidad de que la novia sea mutilada, pero no sucede lo mismo en el caso contrario. En la mayoría de las sociedades en las que se practica la mutilación, hay matrimonio arreglado.
Además de ser una imposición de los padres, los matrimonios son una forma de ingreso económico para las familias. La “dote” que paga el futuro marido por la novia históricamente se medía en cantidad de animales y hoy ese cálculo se paga como un monto de dinero en efectivo. En épocas de crisis económica, se ve una tendencia a la alta en las estadísticas de tasa de matrimonios infantiles. Los padres casan a una de sus hijas para poder alimentar al resto. Y este crecimiento se ve directamente relacionado a las mutilaciones.
Por ejemplo, el cuerno de África está sumido en una sequía histórica como nunca antes en los últimos 40 años. En Etiopía, según UNICEF y fuentes de los gobiernos locales, el matrimonio infantil aumentó 119% en las regiones más afectadas por la sequía entre enero y abril de 2021 y en el mismo período de 2022. Y la necesidad de casar a estas niñas también provoca un aumento de la mutilación genital femenina, porque es condición necesaria que estas mujeres hayan sido cortadas antes de ser casadas. Entonces, en ese mismo período, los casos de mutilación en la región aumentaron un 27%.
Las mutiladoras
Así como para las familias el matrimonio arreglado es un ingreso de dinero, la mutilación genital femenina lo es para las mujeres que se dedican a realizar la práctica. Si bien la tradición dicta que son las madres o abuelas quienes lo realizan, en cada comunidad hay mujeres expertas en realizar el corte o la infibulación y son quienes acuden al llamado de las familias para iniciar a sus niñas. Ellas reciben un pago por el trabajo y se consideran profesionales en la materia. Muchas veces es un oficio heredado y aprendieron de sus madres o abuelas las técnicas para poder hacerlo.
Estas mujeres, que pueden ser apodadas de distinta forma según la comunidad, ven la prohibición de la mutilación como una ofensa directa a su trabajo. Están en desacuerdo porque, además de ser una afronta a su tradición, las afecta directamente en su sostén económico.
“Mi vida empeoró mucho. Entiendo que estaba mal, pero era mi medio de vida”, nos contó una mutiladora que conocimos en Garissa, ciudad fronteriza de Kenia con Somalia. Nos relató cómo era mutilar niñas y dijo que dejó de hacerlo cuando la práctica se volvió ilegal en 2011. Sin embargo, tenía todas las herramientas consigo, por lo que muy probablemente siga practicándolo en la clandestinidad.
La cirugía: una reparación posible
Si bien la mutilación genital femenina tiene consecuencias irreversibles, existen tratamientos para mejorar la calidad de vida de las mujeres que pasaron por la práctica. “Aunque la mutilación sea un evento traumático que viola los derechos de la niña, hay mujeres que se curan y que desarrollan también estrategias para vivir con este trauma del pasado”, nos explicó Jasmine Abdulcadir, ginecóloga y obstetra, responsable de la Unidad de Emergencia Ginecológica del Hospital Universitario de Ginebra, en Suiza. Jasmine es italiana, hija de un médico somalí que luchó contra su herencia cultural y le trasladó ese interés a su hija. Ella implementó un sistema que brinda educación sexual, prevención, apoyo psicológico y médico a pacientes sobrevivientes de mutilación genital femenina.
Existen dos enfoques posibles cuando se habla de una intervención quirúrgica. La “de-infibulación”, que es un procedimiento sencillo y consiste en abrir la infibulación con un corte. “Es de verdad la promoción de la salud de la mujer o la niña infibulada porque es una cirugía muy fácil, que dura diez minutos y permite hacer pis, tener la regla, dar a luz normalmente y tener relaciones con penetración sin dolor”, explicó Abdulcadir.
Por otro lado, existe hoy la tecnología en algunos lugares para poder realizar una “reconstrucción de clítoris”. En este caso, se trata de una intervención avanzada. “Cuando el clítoris está cortado, es la parte externa que ha sido cortada. El resto del órgano, que mide 12 centímetros, está en el interior. Y entonces la cirugía consiste en quitar la cicatriz y re-exponer el cuerpo del clítoris”, detalló.
Sin embargo, el acceso a esta tecnología sigue siendo una dificultad para la mayoría de las sobrevivientes. Aquellas que residen en Europa pueden acceder a una consulta y a distintos tratamientos tanto psicológicos como médicos, pero las posibilidades de hacerlo en países en donde la práctica es masiva y no ha sido prohibida todavía, son escasas. “La mayoría de las mujeres que programan una reconstrucción, para utilizar la frase que utilizan muchas veces, es: quiero hacer algo que repare lo que me han hecho sin pedirme permiso. Así que hay una dimensión muy simbólica, psicológica, también, y social de esta cirugía”.
Si querés saber más, conocé la historia de Waris Dirie, una de las activistas más importantes del mundo en la lucha contra la mutilación genital femenina
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Producción Ejecutiva: Enrique Piñeyro
Textos y producción periodística: Joaquín Sánchez Mariño y Camila Valero
Cámara y producción periodística: Juan Pablo Domenech
Agradecimientos: Save a Girl Save a Generation, Adriana Kaplan Marcusán, Jasmine Abdulcadir, Girl Kind, Solidaire, Anchoíta Films, Tripulación P4-787.